PÓLVORA Y CONFORT

martes, 16 de marzo de 2010

EL BESO DE LA BRUJA

Abro la puerta y entro al cuarto a prisa. Tengo el tiempo justo, apenas el necesario para echar una libreta a mi mochila y salir corriendo. Trato de hacerlo así pero la sensación de que hay alguien dentro, que me ha estado esperando impaciente, me lo impide. Es una presencia extraña en el aire. Con cierto temor, realizo un examen minucioso a la habitación obscura. A tientas, recorro cada espacio sin encontrar desperfectos. Al parece todo está en orden: las cortinas bien cerradas, las ventanas sin indicios de hurto, el baúl con su candado de hierro sin forzar. Sin embargo, esa presencia pesada se hace sentir en el pequeño cuarto de alquiler.

Me siento en la cama y alcanzo a ver la silueta de mi guitarra de madera entre la obscuridad. La tomo y me olvido de todo. Mis manos acarician su textura a ciegas luego de haber enciendo con dificultad una veladora. Ahora puedo verme reflejado en el espejo de enfrente. He bajado mucho de peso y no me he rasurado en semanas. Pero eso no importa, comienzo a ver mi posición frente al instrumento. Mi espalda recta, mis piernas entre abiertas y mis dedos imaginando un sonido nuevo. En ese mismo espejo veo algo que me sobresalta, la guitarra tiene unos labios rojos pintados en la tapa superior. Bajo la vista poco a poco y giro el artefacto -ayudándome de su diapasón- hasta quedar de frente con la caja de resonancia. Es una boca pulposa que baila al compas del concerto número 21 de Mozart. No sé de donde salió la música, ni quién beso mi guitarra con bilé, pero ahora nada de eso importa, lo único que deseo es seguir contemplando esos pliegues hipnóticos, esos bordes con vida propia que parecen derretirse entre jugos lascivos. Mis ojos y mi quijada se desorbitan por tanta belleza labial.

Cae la noche y con ella se empieza a gestar una necesidad de roce. Es un menester compartido que no podemos evitar. Cierro los ojos y acerco esa boca hacia la mía, el choque de los labios es inminente. Cuando esto se da, siento cómo una orquesta llena mi paladar con flores y agua, el polen refresca mi aliento y me atraganta de sabores. Al primer contacto, el cuarto se obscurece de un verde pastoso y pesado. La veladora se apaga, la música empieza a reventar todo lo que tiene a su alcance. Explotan mis muebles, mis ventanas, mis libros, todo queda fragmentado y hecho polvo pero el beso no termina.

Cuando logramos separarnos me doy cuenta que un hilillo de sangre corre por mi barbilla, sigue su camino por mi cuello, hasta que llega a mi camisa y la tiñe de rojo. Quiero aventar la guitarra pero es imposible. Las cuerdas del instrumento se desprenden de las clavijas transformándose en medusas. Me abrazan, rodean mi espalda dejándome inmóvil e intoxicado. Todo se da tan rápido como para poder reaccionar. Ahora toma mi rostro y lo besa con brutalidad, es tal su fuerza que empiezan a caer trozos de mi propia piel al suelo. El tapete es ya una colección de carne y fluidos, parece una exposición con pedazos de lengua y músculos. Es muy poco el aire que me queda como para seguir de pie. Me desvanezco.

Ahora yo estoy a merced de la boca. Ahora ella decide el rumbo de los besos.

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